jueves, 28 de noviembre de 2013

Un cuento educativo




VALORES: amistad y sinceridad
Ciclo al que va dirigido: Segundo y tercer ciclo.

 La lección de Trompi Chito

Trompi Chito era un elefante que vivía libre en una sabana del Sur de África y cuya mayor ilusión era convertirse en un famoso equilibrista. Todos los días ensayaba muchas horas sobre la cuerda, día y noche sin apenas descansar, animado por su fiel amigo Trompo Pocho, otro elefante un poco más anciano que de joven tuvo ese mismo sueño. Pero como los dos eran demasiado grandotes, la verdad es que no se les daba muy bien, aunque no por ello dejaban de entrenarse y tratar de mejorar.
Cierto día, llegó un león nuevo a la sabana que se presentó como Leonoto , que al poco de ver a los elefantes haciendo sus equilibrios, comenzó a alabarles y a decirles lo bien que lo hacían, y a convencerles de que podrían cruzar cualquier precipicio sobre una cuerda. Esto animó muchísimo a Trompi Chito, a pesar de que su amigo Trompo Pocho le expresaba con total sinceridad que no había notado tal mejoría en ellos. Pero Trompi Chito no le hizo mucho caso y pocos días después quedó con el león junto al barranco del río, un lugar con un gran salto que sólo podría cruzarse pasando por una cuerda.
Trompo Pocho trató de disuadir a su amigo, haciéndole ver que aún no era tan buen equilibrista y que aquello sería peligroso y se podría hacer daño en el intento, pero Leonoto protestó asegurando que él era el mejor equilibrista de todo África, y que el anciano elefante sólo le tenía envidia por ello. Así que ambos elefantes se enfadaron y Trompo Pocho se negó a asistir a la demostración.
En el río, el león animó al elefante a cruzar y llegar al otro lado, pero nada más comenzar, perdió el equilibrio y cayó. Por fortuna, fue a parar a unos arbustos que habían crecido en un saliente entre las rocas, pero cuando fue a pedir ayuda al león, este había desaparecido presa del pánico que le entró cuando se dio cuenta de que por su culpa, el pobre elefante estaba atrapado.
Allí pasó un rato Trompi Chito con la trompa dolorida, pensando que su viejo amigo tenía razón, y que le decía la verdad cuando le avisó que aún no estaba preparado; se dio cuenta de lo difícil que tenía que haber sido para Trompo Pocho decirle que no era un buen equilibrista, y pensó en cuánta suerte tenía de tener un amigo tan bueno, capaz de decirle las cosas sinceramente...
Y por supuesto que era un buen amigo, porque sabiendo lo que iba a pasar, no se había quedado esperando lo peor, sino que se fue a buscar a un grupo de elefantes, viejos amigos suyos, que hacían equilibrismos mucho mejor que Trompi y Trompo. Con ellos había preparado una operación de rescate, sabiendo que su amigo caería de la cuerda. Trompi Chito le pidió mil perdones, que el anciano elefante aceptó encantado, y cuando al ser rescatado desde el lado contrario al que cruzó, ya que desde ahí, el rescate era más fácil, pudo ver que al otro lado del precipicio había un tesoro de deliciosos manjares muy escondido, y se dio cuenta de que en realidad aquello era lo único que pretendía el avaricioso león, para quien cruzar la cuerda era imposible. Y Trompi Chito se sintió tan tonto como afortunado, porque ayudados de sus amigos los elefantes equilibristas, recogieron toda aquella excelente comida para llevarla a su sabana y hacer una gran fiesta con todos sus verdaderos amigos.


Foto obtenida de http://www.yupifotos.com/imagenes/foto-un-elefante-equilibrista-7936.html
Cuento creado por mi. Daniel Serra López



Este cuento tiene como objetivo mostrar el valor de la amistad, un valor esencial en la vida de cualquier persona ya que te hace evolucionar y crecer como ser humano, y forjar unos vínculos emocionales hacia otra persona, vínculos los cuales si son verdaderos pueden ser de las cosas más poderosas que tenga cualquiera ya que el miedo a sentirte solo nunca existirá, incluso el miedo a caerte, porque la caída será mucho menos dura cuando una mano amiga te tiende la mano para levantarte.

Diez valores que enseñar a los hijos



Repasamos, de la mano de la filósofa Victoria Camps, una serie de conceptos decisivos para la educación de la prole

El libro «Qué hay que enseñar a los hijos» (Editorial Proteus) no es ni un tratado de pedagogía ni uno de los muchos libros de autoayuda que pretenden dar recetas para ir resolviendo los problemas de la educación que surgen cada día. Es el repaso personal que hace de una serie de valores la catedrática de Filosofía, premio Nacional de Ensayo 2012 y madre de tres hijos Victoria Camps. Felicidad, buen humor, carácter, autoestima, buenos sentimientos, obediencia... «Yo diría que todos son importantes. En realidad, construí el contenido del libro a partir del primer valor, que es la felicidad. Todos los padres dicen que lo único que quieren que sus hijos es que sean felices. Del análisis de ese concepto, en realidad tan borroso, fueron surgiendo otras ideas como el buen humor, la formación del carácter, la manera de enfrentarse al dolor, la autoestima... etc. Son conceptos encadenados que se van complementando y creo que el conjunto explica que es eso de la felicidad», apunta la autora.
Para enseñarlos, dice Camps, no hay ninguna receta. «No hay fórmulas mágicas para educar bien. Sólo se me ocurre proponer la reflexión y la autocrítica. Nunca nos dejará satisfechos la forma en que hemos querido educar. Pero la misma insatisfacción significa voluntad de mejorar. Lo peor es la autocomplacencia y el echarle las culpas de nuestros fracasos a los demás o a las circunstancias. Tampoco hay que pasarse en el sentimiento de culpabilidad contra nosotros mismos, algo a la que las mujeres somos muy propensas. Como en todo, hay que buscar el equilibrio», concluye.
El hecho es que no es fácil educar en valores hoy en día. «Está en manos de nadie. Así como para enseñar matemáticas o lengua tenemos personas expertas, para enseñar ética no hay expertos, se necesita a toda la sociedad. La incoherencia entre los valores que creemos defender como prioritarios —libertad, igualdad, solidaridad— y lo que realmente transmite la sociedad competitiva y de consumo es el mayor obstáculo para la educación en valores».
En este contexto, estas son algunas de sus propuestas, extraídas de su libro:

1) Felicidad. La autora detecta en nuestra sociedad varios riesgos que crean malentendidos sobre lo que es una vida feliz. Para combatirlos, habría que tener claro lo siguiente;
—Que la felicidad no consiste en tenerlo todo ni en conseguir todo lo que uno se propone. Ser ambicioso es positivo, pero dado que no todo saldrá a nuestro gusto, es preciso aprender a superar y vencer las adversidades.
—La felicidad solo se consigue en compañía. Necesitamos a los otros para vivir y ser un poco felices.
—Hay una búsqueda de felicidad que acaba siendo autodestructiva porque convierte en fin lo que sólo era un medio. La adicción a las drogas, la promiscuidad sexual... son mitificaciones de placeres que, a falta de control, acaban volviéndose contra uno mismo.
—La satisfacción de cualquier capricho, el recurso a los regalos como solución del aburrimiento, el consumo sin límites, favorecen la confusión de la felicidad con la satisfacción inmediata. De esta forma el niño acaba convenciéndose de que solo teniendo y comprando cosas se puede ser feliz.

2) Buen humor. La felicidad no es lo mismo que el buen humor, pero el buen humor es una de las manifestaciones de la felicidad. No perder el humor es, sobre todo, un signo de inteligencia y supone un recurso para aceptarse a sí mismo y para remontar las adversidades que nunca faltan. El humor cura, ayuda a sobrevivir y es liberador. Se aprende por la influencia de las costumbres y del entorno.

3) Carácter. Tendemos a pensar que el carácter es inmutable, que uno tiene el carácter que Dios le ha dado y no tiene más remedio que conformarse con su buena o mala suerte. Tampoco es que el niño sea una página en blanco, lo que llegará a ser está medio escrito por su información genética, por herencia, porque nace en el seno de una cultura... pero al final el resultado es siempre una incógnita. Entonces, ¿cómo se forma el carácter? Los maestros lo saben bien: inculcando al niño hábitos, con la repetición de actos, acostumbrando al niño a que le guste y le atraiga no lo primero que le venga en gana, sino lo que le debe gustar. Haciendo que se adapte a las costumbres que creemos que son buenas.

4) Responsabilidad. ¿Cómo puede aprender un niño a responder de sus actos si no hay normas? ¿Cómo enseñar que algo está mal si no se produce al mismo tiempo un sentimiento de rechazo hacia lo malo? «La moral no es una cuestión de razón, sino de sentimientos. El niño no aprenderá a comportarse correctamente si no siente, al mismo tiempo que sabe, que ciertas cosas son mejores que otras», asegura la autora del libro.

5) Dolor. La pedagogía paterna no tiene más remedio que entrar en ese campo: enseñar a enfrentarse y a responder al dolor, a aceptarlo cuando es inevitable o cuando puede producir un bien mayor, y a rechazarlo, en cambio, cuando es inútil y superfluo. Aceptar el dolor inevitable es una primera lección. La segunda va en sentido contrario: hay mucho dolor en el mundo evitable pues depende de nosotros que disminuya o desaparezca.

6) Autoestima. El fin último de la educación es que la persona sea capaz de desenvolverse por sí misma sin demasiadas dificultades y con el máximo de satisfacciones posible. Ese fin supone algo fundamental, que es la autoestima: Nadie se atreverá a vivir por su cuenta y riesgo si no se quiere a sí mismo, si carece de confianza y de seguridad en sus capacidades. Es muy importante para que un niño se acepte a sí mismo que empiecen por aceptarlo sus padres. Que no lo idealicen ni proyecten en él lo que no es, ni quizá pueda llegar a ser nunca. Educar es intentar extraer lo mejor de cada uno mismo. Y eso que es lo mejor y que el niño difícilmente reconocerá por sí mismo, llegará a descubrirlo con la ayuda de sus padres si éstos saben darle la imagen más favorable y menos falsa de sí mismo.

7) Buenos sentimientos. Pensamos que el sentimiento es lo más espontáneo y natural que hay en el hombre. Sin embargo, los sentimientos también se educan y es posible aprender a gobernarlos. Es decir, que la solidaridad con el que sufre y que no es mi hermano ni mi amigo, por ejemplo, no se produce por arte de magia, sino que precisa un aprendizaje y un entrenamiento. En este caso, la regla de oro de la moralidad se remonta a Confuncio: «No hagas a los demás lo que no quieras que te hicieran a tí». Esa es la base de los buenos sentimientos.

8) Buen gusto. ¿Cómo? ¿También hay que educar el gusto? ¿No nos dicen que el gusto es subjetivo y además, que sobre gustos no hay nada escrito? Pues el gusto se educa, y es fruto de un aprendizaje. Existe el buen gusto y el mal gusto en música, en literatura, diseño, en el vestir o en el hablar. Además, no sólo hay un buen gusto referido a la Cultura con mayúscula. También hay un buen gusto en las reglas de convivencia más cotidianas. Es lo que se llama «saber estar». Y es preciso que los niños aprendan a «saber estar», que se den cuenta de que no todo vale en cualquier sitio ni para cualquier ocasión. Los adultos no tenemos más remedio que enseñárselo con los modelos y las pautas que hemos hecho nuestros.

9) Generosidad. Estamos, según la autora, ante otra virtud «demodée»: «Preferimos hablar de solidaridad. Pero me temo que la solidaridad es otra cosa. La solidaridad puede ser el punto de llegada, pero se empieza por la generosidad. Lo diré de otra forma, el modo de enseñar a nuestros hijos a ser solidarios es enseñándoles a ser generosos». Enseñarle a un niño a ser generoso, prosigue Camps, «es enseñarle a no vivir tan apegado a lo suyo, enseñarle a dar, y no solo a recibir. La generosidad es también el antídoto del egoísmo entendiendo por tal la adherencia exagerada al yo y a todas sus pertenencias o intereses. Significa poner lo que uno tiene al mismo tiempo al servicio de aquel que tiene menos o al que le faltan muchas cosas».

10) Amabilidad. Aprender a escuchar, a sonreír, a mostrarse agradecido y de buen humor, hacer que el otro se sienta a gusto y no ser siempre una molestia para los demás, es un rasgo elemental de la buena educación, sea o no auténtico, expone Victoria Camps. «La obsesión por lo auténtico es tan absurda como la obsesión por la natural. La amabilidad no es, pues, una merma de autenticidad, sino una exigencia social. ¡No nos rasguemos las vestiduras!».




Camps, V. (2013) ABC.ES. Recuperado de: http://www.abc.es/familia-padres-hijos/20130226/abci-cosas-ensenar-hijos-201212261037.html

"DIEZ VALORES QUE ENSEÑAR A LOS HIJOS.....DE LOS DEMÁS?


Como futuros maestros, vamos a tener una gran cantidad de "hijos/as" que pasarán por nuestras manos quizás hasta más horas que por las de sus padres, ya que unas 6 horas diarias, por 5 días a la semana, durante un año o dos, depende del ciclo y de la escuela, la suma total de horas es increíblemente elevada, por ello, es nuestro DEBER intentar inculcar una serie de valores en esas edades tan tempranas en donde su plasticidad neuronal es elevada y están en el periodo crítico de aprendizaje donde absorben toda la información como si fueran pequeñas esponjitas.

En este artículo se habla de 10 valores fundamentales que debería aprender un niño (y un "no tan niño") para poder llevar una vida plena, llena de felicidad, de buenas acciones en el mundo de la piruleta, sin embargo, la realidad actual de esta sociedad es que cada persona se centra en su propio ombligo, mirando únicamente por sus intereses y pisoteando a quien tenga que pisotear. ¿Es debido quizás a una falta de educación en valores cuando eran más pequeños? Pues muy probablemente, entonces ahí va la cuestión que me hago:
¿Debemos educar a unos niños de tal manera que cuando sean mayores,  aterricen en la realidad y vean que sus valores son "pisoteados" por gente que carece de ellos, no sepan entonces como reaccionar ante eso y por tanto les pueda causar un problema mayor?
Mi respuesta es si, ya que es posible que las generaciones venideras, sean capaces de solucionar la cantidad de problemas que existen actualmente y todo gracias a una educación temprana de lo que está bien y lo que está mal, lo que es ético y lo que no, que los valores son algo positivo, y los contravalores algo negativo, por lo tanto, una educación en valores, es necesaria ya que quizás algún día, necesitemos un valor del prójimo que un día nosotros le inculcamos.

Y aquí va una canción sobre el respeto a los demas, a la igualdad, la empatía y un largo etc....


Había muchas versiones visuales de esta canción, pero me decanto por la original, la que salen los autores de esta obra de arte.

EL RAP ESTÁ CONTRA EL RACISMO