Cuando deje el bachiller, allá por el año 2006, que se dice
pronto… jamás hubiera pensado que mi destino sería el de la educación, y mucho
menos, que la sonrisa de un niño pudiera despertar en mi algo que para nada podía
despertarme cuando tenía 18 años.
Acabé aquí de casualidad la verdad, un día viendo por
internet un anuncio de “sácate el título de monitor de tiempo libre y trabaja
en un campamento” y pensé: ¿por qué no? No tengo nada mejor que hacer…
Y desde entonces mi vida pegó un giro de 180 grados y me di
cuenta que lo que siempre había odiado, que la carrera que hizo mi madre de
joven, la cual aborrecía, acabó siendo mi meta en la vida: Ser Maestro.
No sé cuál fue la motivación de Muriel para llegar a querer
ser Maestra, pero lo que sí está claro es que pese a las condiciones que se encontró
al llegar al pueblo, pese a las barreras que la fueron poniendo los lugareños
de un lugar llamado Beirechea, ella se dio cuenta de que como Maestra, tenía un
deber para con esos niños, y que, aunque nada más llegar, la embargara un sentimiento
de tristeza desmotivadora, poco a poco, vio que su función como educadora podía
hacer cambiar las cosas en esa escuela, y ser un punto de inflexión, a partir
de ese momento, en los niños de ese pueblo, ya que algunos de ellos simplemente
iban a la escuela para no ser un estorbo para sus padres, o aprender lo básico para
luego trabajar en el campo o en los oficios de sus progenitores.
Este libro nos enseña como no hay que rendirse a la primera
de cambio, y lo que nos puede parecer en un principio algo frustrante puede
convertirse en todo un reto personal y acabar creciendo como persona gracias a
la autosuperación.
También como futuro maestro de una escuela (espero y deseo),
Muriel me ha enseñado una serie de cualidades necesarias para poder
considerarme “bueno” en mi oficio; cualidades como la capacidad de hacer ver a
un alumno que el aprendizaje no está solo en un aula, sino en lo que nos rodea también,
que un alumno no es igual a otro, que cada uno tiene sus propias necesidades y
que debo adaptarme a ellas en lo posible, que nosotros somos importantes en la
vida educativa de un alumno sí, pero que los padres deben acompañarnos en este
camino, o nosotros acompañarles a ellos, ya que la educación de unos padres, es
el pilar básico de cómo será un niño de mayor, y por último y no menos
importante, la flexibilidad que debo tener, ya que no siempre usaré la mejor técnica
para enseñar a un niño porque como ya he dicho, cada alumno es un mundo, y por
ello deberé cambiar mi método de enseñanza cuando se requiera.
Un libro que todo maestro debería tener en su estantería para
no olvidar nunca el por qué un día elegimos esta profesión… y con respecto a
esta frase, en otro momento contaré una anécdota de mi madre cuando hizo las
prácticas de maestra, pero eso ya será otro día…
Pequeña reseña sobre el libro:
Pequeña reseña sobre el libro:
El libro trata sobre Muriel, una joven chica de veintiún
años que acaba de finalizar la carrera de magisterio. Su primer destino, un
pueblo llamado Beirechea, en donde las ilusiones de la joven tropiezan con la
dura realidad de un lugar perdido entre las montañas del Pirineo navarro. Nada
cumple las expectativas con las que llegó Muriel al pueblo. La escuela es muy
antigua y las mentalidades de los lugareños están muy ancladas a un concepto de
vida muy rural. Poco a poco, Muriel supera su desánimo descubriendo así su
auténtica tarea: ayudar en lo que pudiera a los alumnos y a la gente del
pueblo. Advierte que los campesinos de Beirechea, bajo sus toscas apariencias,
son personas que poco a poco se han ido haciendo más receptivas con ella. Su
cambio de mentalidad hacia ese pueblo la hace incluso llegar a rechazar una
interesante oferta de trabajo en Pamplona. Además, se enamora perdidamente de
Javier, un joven extraño que lucha por cambiar los métodos de trabajo en el
campo. Muriel acaba por integrarse en el pueblo siendo una mas.
Baquedano Azcona, L. (2002). Cinco panes de cebada. EDICIONES SM.
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