Y así estaba acabando mi fin de semana, sentado en una
parada de autobús solitaria, de una carretera solitaria, de un pueblo solitario…
el frio de esa noche hacía que sintiera aún más la humedad de mis mejillas. Quise
recordar cómo se inició la discusión, pero solo me asaltaba a la cabeza la última
frase que me dijo antes de levantarse y salir por la puerta de aquel ruidoso
bar… “¿Cómo voy a entenderte si ni siquiera te conoces a ti mismo? Qué tontería…
más de una veintena de años han servido para saber quién soy perfectamente. Es su
culpa que no se haya dignado a esforzarse por conocerme, yo sé cómo es ella y
como soy yo y si ella no quiere darse cuenta….
De repente un coche paso a toda velocidad delante de mí, me sorprendí
tanto que perdí el hilo de mis propios pensamientos, pero… ¿cuándo se había sentado
ese anciano a mi lado? Tendría unos 70 años, aunque no podría confirmarlo ya
que sus canas peinadas de punta, su traje negro impoluto, y la sonrisa que me
mostró al mirarme describían a un hombre cuidado de los pies a la cabeza, pese
a los estragos en su piel producidos por la edad.
Nunca le había visto, no somos muchos en el pueblo y casi
todas las caras las vas almacenando en tu pequeño álbum de memoria visual, pero a pesar de
eso, le devolví la sonrisa y me sequé la cara con la manga de mi chaqueta.
El hombre metió la mano en su bolsillo y saco dos
servilletas, y acercándome una de ellas, me dijo que no me preocupara, que la raíz
del conflicto estaba en un problema interior mío que debía solucionar. Le mire atónito,
sin saber que decir sobre aquella revelación que acababa de adivinar aquel
desconocido, y no sé si sería por el cansancio acumulado de la semana, la larga
espera del autobús, el frio o simplemente por mi curiosidad innata, le pregunté
que quien era, pero su respuesta me dejo aún más perplejo que la anterior…
- -
¿Y tú? ¿Sabes quién eres tú?
No supe que contestar, aquel anciano me estaba desarmando
sin apenas haber dicho más de cuatro frases seguidas, y sin dejarme tiempo para
reaccionar, aquel desconocido sacó un boli y en la servilleta restante, dibujó
unos garabatos… lo llamo “La ventana de Johan”.
Yo no había oído hablar de eso en mi vida así que dentro de mi
estupefacción seguí escuchándole sin perderme ni una sola palabra.
Me dijo que era una herramienta que usan algunos psicólogos
para enseñar a sus pacientes nuestros propios procesos de interacción: cuánto
de nosotros conocen los demás o en qué grado nos conocemos
a nosotros mismos.
Entonces me fue señalando cada uno de los recuadros que había
dibujado dentro de esa “ventana” y me fue explicando cada uno de ellos.
El primero lo
llamo “Abierto o libre”: que es la
parte de nosotros mismos que los demás también ven. La que tú, muchacho, muestras
a los demás.
El siguiente
fue “el Oculto”: Lo que los
otros perciben de nosotros, pero nosotros no. Tu sentido de la justicia por
ejemplo, lo que tú piensas que es una actuación justa para ti, quizás en la
realidad, estés muy lejos de esa verdad.
La tercera fue “el
Ciego”: La parte más
misteriosa del subconsciente que ni el sujeto ni su entorno logran
percibir. Todos tenemos una parte en nuestro interior que a veces nos hace
pensar algunas cosas que ni nosotros mismos nos podemos creer que pudiéramos
pensar nunca.
Y por último,
la parte “Desconocida, perdida y oscura”: El espacio personal privado.
Lo que importa
en realidad es ser consciente de estos cuatro “cuadrantes” y buscar la
necesidad de ampliar que es lo que de verdad conocemos de nosotros mismos
intentando reducir al mínimo lo desconocido. A veces es bueno dejar que los demás
nos descubran nuestras cualidades para poder conocernos mejor a nosotros mismos…
No supe que
contestarle…
Me quedé
mirando la servilleta garabateada intentando ordenar los conceptos que me acaba
de regalar aquel hombre y de pronto una voz me pregunto que si iba a subir o
no. El autobús por fin había llegado, me levanté y al ver que aquel anciano
permanecía sentado, me giré y le pregunté:
- -
¿No va a subir?
Y aquel desconocido me
volvió a sonreír y me contesto:
-
- Esperaré
al siguiente.
Totalmente
desconcertado, subí al autobús, y me senté justo al lado de la ventana que daba
a la parada donde aquel hombre seguía inmóvil, mirándome… Sonó mi teléfono, era
ella, antes de descolgar oí como se cerraban las puertas del autobús y cuando
levanté la cabeza para echar el último vistazo a aquel acompañante misterioso,
solo vi un asiento vacío…
Imagen extraida de www.google.es en la sección imágenes, y apartir de esta foto, cree la historia.