miércoles, 10 de noviembre de 2021

La ventana de Johari



Y así estaba acabando mi fin de semana, sentado en una parada de autobús solitaria, de una carretera solitaria, de un pueblo solitario… el frio de esa noche hacía que sintiera aún más la humedad de mis mejillas. Quise recordar cómo se inició la discusión, pero solo me asaltaba a la cabeza la última frase que me dijo antes de levantarse y salir por la puerta de aquel ruidoso bar… “¿Cómo voy a entenderte si ni siquiera te conoces a ti mismo? Qué tontería… más de una veintena de años han servido para saber quién soy perfectamente. Es su culpa que no se haya dignado a esforzarse por conocerme, yo sé cómo es ella y como soy yo y si ella no quiere darse cuenta….

De repente un coche paso a toda velocidad delante de mí, me sorprendí tanto que perdí el hilo de mis propios pensamientos, pero… ¿cuándo se había sentado ese anciano a mi lado? Tendría unos 70 años, aunque no podría confirmarlo ya que sus canas peinadas de punta, su traje negro impoluto, y la sonrisa que me mostró al mirarme describían a un hombre cuidado de los pies a la cabeza, pese a los estragos en su piel producidos por la edad.

Nunca le había visto, no somos muchos en el pueblo y casi todas las caras las vas almacenando en tu pequeño álbum de memoria visual, pero a pesar de eso, le devolví la sonrisa y me sequé la cara con la manga de mi chaqueta.

El hombre metió la mano en su bolsillo y saco dos servilletas, y acercándome una de ellas, me dijo que no me preocupara, que la raíz del conflicto estaba en un problema interior mío que debía solucionar. Le mire atónito, sin saber que decir sobre aquella revelación que acababa de adivinar aquel desconocido, y no sé si sería por el cansancio acumulado de la semana, la larga espera del autobús, el frio o simplemente por mi curiosidad innata, le pregunté que quien era, pero su respuesta me dejo aún más perplejo que la anterior…

-                       -  ¿Y tú? ¿Sabes quién eres tú?

No supe que contestar, aquel anciano me estaba desarmando sin apenas haber dicho más de cuatro frases seguidas, y sin dejarme tiempo para reaccionar, aquel desconocido sacó un boli y en la servilleta restante, dibujó unos garabatos… lo llamo “La ventana de Johan”.

Yo no había oído hablar de eso en mi vida así que dentro de mi estupefacción seguí escuchándole sin perderme ni una sola palabra.

Me dijo que era una herramienta que usan algunos psicólogos para enseñar a sus pacientes nuestros propios procesos de interacción: cuánto de nosotros conocen los demás o en qué grado nos conocemos a nosotros mismos. 

Entonces me fue señalando cada uno de los recuadros que había dibujado dentro de esa “ventana” y me fue explicando cada uno de ellos.

El primero lo llamo “Abierto o libre”: que es la parte de nosotros mismos que los demás también ven. La que tú, muchacho, muestras a los demás.

El siguiente fue “el Oculto”: Lo que los otros perciben de nosotros, pero nosotros no. Tu sentido de la justicia por ejemplo, lo que tú piensas que es una actuación justa para ti, quizás en la realidad, estés muy lejos de esa verdad.

La tercera fue “el Ciego”: La parte más misteriosa del subconsciente que ni el sujeto ni su entorno logran percibir. Todos tenemos una parte en nuestro interior que a veces nos hace pensar algunas cosas que ni nosotros mismos nos podemos creer que pudiéramos pensar nunca.

Y por último, la parte “Desconocida, perdida y oscura”: El espacio personal privado.

Lo que importa en realidad es ser consciente de estos cuatro “cuadrantes” y buscar la necesidad de ampliar que es lo que de verdad conocemos de nosotros mismos intentando reducir al mínimo lo desconocido. A veces es bueno dejar que los demás nos descubran nuestras cualidades para poder conocernos mejor a nosotros mismos…

No supe que contestarle…

Me quedé mirando la servilleta garabateada intentando ordenar los conceptos que me acaba de regalar aquel hombre y de pronto una voz me pregunto que si iba a subir o no. El autobús por fin había llegado, me levanté y al ver que aquel anciano permanecía sentado, me giré y le pregunté:

-                    -  ¿No va a subir?

Y aquel desconocido me volvió a sonreír y me contesto:

-                      - Esperaré al siguiente.

Totalmente desconcertado, subí al autobús, y me senté justo al lado de la ventana que daba a la parada donde aquel hombre seguía inmóvil, mirándome… Sonó mi teléfono, era ella, antes de descolgar oí como se cerraban las puertas del autobús y cuando levanté la cabeza para echar el último vistazo a aquel acompañante misterioso, solo vi un asiento vacío…

Imagen extraida de www.google.es en la sección imágenes, y apartir de esta foto, cree la historia.

martes, 6 de abril de 2021

Cinco panes de cebada



Cuando deje el bachiller, allá por el año 2006, que se dice pronto… jamás hubiera pensado que mi destino sería el de la educación, y mucho menos, que la sonrisa de un niño pudiera despertar en mi algo que para nada podía despertarme cuando tenía 18 años. 


Acabé aquí de casualidad la verdad, un día viendo por internet un anuncio de “sácate el título de monitor de tiempo libre y trabaja en un campamento” y pensé: ¿por qué no? No tengo nada mejor que hacer…


Y desde entonces mi vida pegó un giro de 180 grados y me di cuenta que lo que siempre había odiado, que la carrera que hizo mi madre de joven, la cual aborrecía, acabó siendo mi meta en la vida: Ser Maestro.


No sé cuál fue la motivación de Muriel para llegar a querer ser Maestra, pero lo que sí está claro es que pese a las condiciones que se encontró al llegar al pueblo, pese a las barreras que la fueron poniendo los lugareños de un lugar llamado Beirechea, ella se dio cuenta de que como Maestra, tenía un deber para con esos niños, y que, aunque nada más llegar, la embargara un sentimiento de tristeza desmotivadora, poco a poco, vio que su función como educadora podía hacer cambiar las cosas en esa escuela, y ser un punto de inflexión, a partir de ese momento, en los niños de ese pueblo, ya que algunos de ellos simplemente iban a la escuela para no ser un estorbo para sus padres, o aprender lo básico para luego trabajar en el campo o en los oficios de sus progenitores.


Este libro nos enseña como no hay que rendirse a la primera de cambio, y lo que nos puede parecer en un principio algo frustrante puede convertirse en todo un reto personal y acabar creciendo como persona gracias a la autosuperación. 


También como futuro maestro de una escuela (espero y deseo), Muriel me ha enseñado una serie de cualidades necesarias para poder considerarme “bueno” en mi oficio; cualidades como la capacidad de hacer ver a un alumno que el aprendizaje no está solo en un aula, sino en lo que nos rodea también, que un alumno no es igual a otro, que cada uno tiene sus propias necesidades y que debo adaptarme a ellas en lo posible, que nosotros somos importantes en la vida educativa de un alumno sí, pero que los padres deben acompañarnos en este camino, o nosotros acompañarles a ellos, ya que la educación de unos padres, es el pilar básico de cómo será un niño de mayor, y por último y no menos importante, la flexibilidad que debo tener, ya que no siempre usaré la mejor técnica para enseñar a un niño porque como ya he dicho, cada alumno es un mundo, y por ello deberé cambiar mi método de enseñanza cuando se requiera.


Un libro que todo maestro debería tener en su estantería para no olvidar nunca el por qué un día elegimos esta profesión… y con respecto a esta frase, en otro momento contaré una anécdota de mi madre cuando hizo las prácticas de maestra, pero eso ya será otro día… 

Pequeña reseña sobre el libro:


El libro trata sobre Muriel, una joven chica de veintiún años que acaba de finalizar la carrera de magisterio. Su primer destino, un pueblo llamado Beirechea, en donde las ilusiones de la joven tropiezan con la dura realidad de un lugar perdido entre las montañas del Pirineo navarro. Nada cumple las expectativas con las que llegó Muriel al pueblo. La escuela es muy antigua y las mentalidades de los lugareños están muy ancladas a un concepto de vida muy rural. Poco a poco, Muriel supera su desánimo descubriendo así su auténtica tarea: ayudar en lo que pudiera a los alumnos y a la gente del pueblo. Advierte que los campesinos de Beirechea, bajo sus toscas apariencias, son personas que poco a poco se han ido haciendo más receptivas con ella. Su cambio de mentalidad hacia ese pueblo la hace incluso llegar a rechazar una interesante oferta de trabajo en Pamplona. Además, se enamora perdidamente de Javier, un joven extraño que lucha por cambiar los métodos de trabajo en el campo. Muriel acaba por integrarse en el pueblo siendo una mas.

Baquedano Azcona, L. (2002). Cinco panes de cebada. EDICIONES SM.